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Gregotechno, el grupo que entona canto gregoriano a ritmo de electrónica: “Llevamos la música de misa a una rave”

Marc Vilajuana y Alejandro Narés, Gregotechno, en un fotograma del documental 'Inania'

Sandra Vicente

5 de diciembre de 2024 22:07 h

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En medio de la oscuridad absoluta, un foco de luz ilumina la cara de un joven que entona una melodía. De sus pulmones surge un canto gregoriano que llena la cantera en la que se encuentra, concretamente la que se usó para construir la catedral de Burgos.

El joven que aparece es Marc Vilajuana y quien le enfoca con una linterna es Alejandro Narés. Ambos conforman Gregotechno, un dueto que mezcla el canto gregoriano con bases electrónicas, generando un puente entre el pasado y el presente, entre tradición y modernidad.

Ambos son de Barcelona, pero están en pleno viaje por Burgos en búsqueda de acústicas sugerentes, de esos lugares donde el canto gregoriano se eleve a su máxima expresión. Y ¿qué mejor que iglesias, ermitas o catedrales románicas y medievales?

Esta búsqueda es el leit motiv del documental Inania, que narra cómo Gregotechno recorre los rincones de la España vaciada para encontrar el eco que conecta el hoy con el ayer y llena construcciones abandonadas hace años. De hecho, el título del film es un mote latino que significa ‘vacío’. “Aunque la vida para la que se pensaron estos espacios ya no esté, no significa que estén vacíos. Siempre hay una conexión, un interés”, explica Vilajuana en conversación con elDiario.es. Y el vínculo es en este caso la música.

Lo que busca Gregotechno es la reverberación, que en lenguaje musical es “la manera en que rebota el sonido en un espacio. Luego, podemos grabar esa acústica y usarla como filtro en las canciones”, explica Narés. “En nuestros conciertos, puede que estés en una discoteca, pero lo que oyes viene de una iglesia románica abandonada”, añade.

Vilajuana suele buscar esas acústicas en los lugares menos pensados: desde el metro de Barcelona hasta lavabos públicos –“suenan muy bien”, asegura– pero Gregotechno ha dado un paso más allá. Y lo ha hecho de la mano de Bellas Dormidas. Este proyecto, que se dedica a luchar contra el olvido de la España vaciada, descubrió a los músicos a través de Instagram. Vera Herrero es el nombre tras la iniciativa y pensó que los dos jóvenes podrían ser perfectos para sumergirse con ella en un viaje por Burgos e inmortalizar los tesoros que, a causa de la despoblación, se pierden entre la maleza.

De esa colaboración nace Inania, fue presentado en el festival Inedit de Barcelona y además ganó el premio a mejor cortometraje musical. La pieza cuenta con la codirección de Herrero, de Bellas Durmientes y de la cineasta Júlia Girós quien, además, es videojockey del grupo. Es decir, que proyecta arte visual en directo durante los conciertos.

“El documental es una road movie por espacios y procesos creativos, todo rodeado por la lucha contra la despoblación y el olvido. Al final, buscar acústicas en lugares que pueden desaparecer, hace que no desaparezcan del todo”, reflexiona Girós.

De las bacterias a Dios

Inania es un viaje por carretera, un viaje en el tiempo y un viaje en busca de vida. De la que hubo y de la que queda. “No nos engañemos, que no haya vida humana no significa que no haya vida”, asegura Vilajuana, al pie de una de estas ermitas medio destruidas por el paso del tiempo. Tras esta afirmación enigmática, la cámara le enfoca a él y a Narés arrodillándose frente a una roca y raspándola con una espátula.

Luego, un fotograma se infiltra en medio de la trama, mostrando una masa indefinida y brillante. Es la imagen de uno de los microorganismos que reside en estos parajes sacros. La imagen es cortesía del nanobiotecnólogo Xavi Arqué, que busca las conexiones visuales entre arte y ciencia y amplía con su microscopio lo que no se puede apreciar a simple vista.

Arqué es la tercera parte de Gregotechno, que hace dupla con Girós. Él genera las imágenes y ella juega y las hace bailar con la música, mientras las proyecta en directo durante los conciertos del grupo. “Son la narrativa visual de cada tema y del espacio en el que se han recogido”, resume la videojockey.

“Además de ser estéticamente sugerentes, que los microorganismos reaccionen ante la música o muestren rasgos distintivos por el hecho de encontrarse en lugares sagrados abre toda una ventana a la imaginación”, asegura Herrero.

El arte de Gregotechno se mueve cómodo en la metáfora y en unir mundos que, aparentemente, no tienen nada que ver. Como la ciencia y los espacios sacros o el canto gregoriano y el techno. Y todo ello se debe a un propósito, resume Narés: “Abrir puertas a la belleza”. El objetivo es desligar unas armonías del contexto para el cual estaban pensadas para que no mueran y las pueda abrazar cualquiera.

Su manera de interpretar una música pensada para contextos religiosos la desacraliza, pero aseguran que su intención no es “quemar todo lo que tenga que ver con la Iglesia”. De hecho, nunca niegan el origen eclesiástico del gregoriano, al contrario. “Queremos llevar la música de misa a una rave y crear un nuevo tipo de liturgia. La liturgia del cuerpo”, aseguran.

Estos dos jóvenes dudan ante la pregunta de si se consideran religiosos y acaban optando por una respuesta con matices. Creen en una “religión autogestionada, que sirva a cada uno”. “Ya puede ser rezar o conectar espiritualmente con la música”, añaden.

Los músicos son capaces de desencorsetar el gregoriano y jugar con él desde el respeto y el conocimiento. “Para salir de algo tienes que estudiarlo bien y, una vez ahí, decidir hacia dónde te apetece llevarlo”, dice Vilajuana, que se especializó en este tipo de cantos a raíz de jugar a un videojuego sobre las Cruzadas. “Lo escuchaba de fondo y me interesó mucho”, recuerda hoy.

La música que ofrecen nace de la curiosidad. Por eso se adentraron en Burgos para conocer dónde habían nacido los cánticos que ellos reproducen hoy en discotecas como la Sala Apolo de Barcelona, en la que celebrarán su primer concierto inmersivo 18 de diciembre.

“El mundo de Gregotechno es antiguo pero moderno. Es una paranoia electrónica que se mezcla con la seguridad de lo clásico, de lo que ya conocemos”, explica Júlia Girós. Y esa dualidad se plasma perfectamente en el documental, que narra la búsqueda de dos jóvenes de una manera casi bucólica al principio para luego ir derivando en una espiral psicodélica de raves y microorganismos. “Eso son ellos. Son estética y arte. Son caos y calma. Son dualidad”, remacha. 

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