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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Inteligencia natural e inteligencia artificial

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Una servidora tiene suficiente edad para recordar cuándo nos explicaron por primera vez que era eso de internet. Recuerdo el primer ordenador en casa, cómo era usar esa interfaz antigua y luego comentarlo con los compañeros de clase. Hoy pasa igual ¿no? Hace no mucho leía una reflexión de un experto que decía que la invención de la Inteligencia Artificial (IA) era comparable con la invención de internet. Creo que la analogía es correcta, pero en un contexto muy diferente.

Vivimos en una época en la que la IA es una herramienta cotidiana para muchas personas. Desde asistentes virtuales hasta generadores de texto o imagen, cada vez más actividades humanas pueden ser automatizadas. Y aunque esto abre oportunidades reales, también plantea una amenaza menos visible pero igual de seria: la comodidad mental. Reconozco que yo era reticente a usarla al principio porque esto me asusta.

Usar la IA para evitar pensar, para delegar la creatividad, o para producir sin comprender es una forma moderna de tomar el camino fácil. El problema es que ese camino, como advirtieron filósofos desde hace siglos, rara vez conduce a un buen destino.

Primero, hay que ser claros: la IA no es creativa en el sentido humano. No inventa desde el vacío, no tiene intuición, no conoce el asombro ni la duda. Su capacidad se basa en procesar cantidades masivas de datos, reconocer patrones y predecir lo que viene después. Lo que hace, en esencia, es reorganizar lo que ya existe. Si intentas crear algo nuevo preguntando no será original nunca.

Por eso, cuando alguien usa un modelo de IA para “crear” un poema, un ensayo o una idea de negocio, lo que realmente está haciendo es pedirle que reorganice lo que otros ya han hecho. Es útil, pero no es lo mismo que crear. Si lo haces sabiendo esto lo vives desde otro lugar.

Os traigo esta reflexión porque últimamente en mi entorno veo un uso de la IA muy extendido. Si empezamos a depender de la IA para pensar por nosotros, corremos el riesgo de atrofiar nuestra capacidad de reflexión. Es como usar una calculadora para todo y olvidar cómo sumar, cosa que reconozco que yo hice con las divisiones hace mucho. Más grave aún, podemos empezar a perder el impulso creativo, esa chispa de inquietud que nos lleva a hacernos preguntas, a imaginar y soñar sueños propios, a equivocarnos y aprender.

Un ejemplo claro de lo que os digo es lo que está pasando en el mundo jurídico. Están proliferando herramientas de IA diseñadas para automatizar tareas legales: redacción de contratos, análisis de jurisprudencia o predicción de sentencias. Se venden como soluciones revolucionarias, a precios altísimos, con la promesa implícita (o explícita) de que permitirán a los abogados “dejar de trabajar”. Realmente los abogados que están hiper quemados necesitan dejar de hacer todas esas tareas, no lo niego, pero el problema viene de otro lugar.

Esto ha generado dos reacciones: una euforia ingenua por parte de los que buscan una solución mágica, y un miedo profundo en el sector legal de que los abogados sean reemplazados por algoritmos. Ambos extremos se equivocan.

Es cierto que muchas tareas jurídicas pueden ser automatizadas. Y si el trabajo de un abogado se limita a copiar modelos, revisar plazos o llenar formularios, probablemente será reemplazado en pocos años. Pero ahí no está el verdadero valor de la profesión, al menos no el de la profesión que a mí me gusta.

Creo que el valor de un buen abogado no está en repetir lo obvio, sino en diseñar estrategias. En entender el conflicto detrás del caso, anticiparse al movimiento de la otra parte, encontrar una salida creativa que no estaba en el manual. Eso, la IA no lo hace. Porque no piensa de verdad. No comprende lo humano del conflicto. Solo sistematiza lo que ya ha sido dicho.

Por eso, el problema no es la IA. El problema es reducir la profesión a tareas simples. Si los abogados asumen que su función puede ser reemplazada por un programa, es porque no están valorando su verdadero potencial.

No os voy a dar la turra resumiendo La República de Platón, pero creo que es aplicable a todo que salir de la caverna —pensar por uno mismo, ver la luz— requiere esfuerzo, dolor y riesgo. A veces es más fácil quedarse viendo sombras, ser quien no piensa y enviar el mensaje a la maquinita.

La IA, usada mal, puede convertirse en una nueva caverna. Yo no sé vosotros, pero cuando veo una publicación en redes sociales puedo notar si está escrita con IA o no, y rápidamente pierdo el interés.

Nada de esto significa que tengamos que temer a la IA. Al contrario, bien usada, es una herramienta poderosa para liberar tiempo, reducir cargas repetitivas y abrir espacio a lo que realmente importa.

La clave está en cómo se usa. No sabéis lo que me ha costado llegar a aplicar esto en mi sector, creo que hay muchas contradicciones con este tema. Por eso quería compartir mi visión (hasta hoy, que puede cambiar más adelante).

Si un escritor usa IA para corregir errores ortográficos o para estructurar un índice, está usando la herramienta a su favor. Si un investigador la utiliza para sintetizar grandes volúmenes de información, está ahorrando tiempo para pensar mejor. Si un abogado la usa para revisar jurisprudencia mientras él se concentra en el diseño estratégico de un caso, entonces está potenciando su valor.

La IA no debe reemplazarnos en las tareas creativas, sino apoyarnos en las tareas mecánicas. No debe sustituir la reflexión, sino permitirnos tener más espacio para reflexionar.

Lo fácil no siempre es lo mejor. Y lo cómodo, muchas veces, es lo más peligroso. En tiempos de cambio, vale la pena recordar que el pensamiento crítico, la creatividad y la estrategia no se automatizan. Se cultivan. Con tiempo, con esfuerzo, y con conciencia.

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