Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
La 'ley mordaza' cumple diez años sin derogación a la vista tras recaudar mil millones
Los familiares de las víctimas en residencias que plantan cara a Ayuso en la Fiscalía
OPINIÓN | 'La pandemia de los sentimientos', por Enric González

Defender la paz en el siglo XXI

Miles de personas en una manifestación de apoyo a Ucrania en Barcelona. (Archivo)
26 de marzo de 2025 22:35 h

26

Estos días de zozobra no dejo de pensar en Jorge Semprún. Gran intelectual europeo, superviviente de los campos de exterminio del nazismo y luchador incansable contra los totalitarismos que asolaron Europa en la primera mitad del siglo XX. Sentada en un pequeño teatro parisino, en 2007, escuché a Semprún desgranar su última obra, Pensar Europa, resumida en una frase que aún retumba en mis oídos: “el mayor peligro para Europa es el cansancio”.

Europa es mercado único, es libre circulación de personas y de capitales, pero es, sobre todo, el continente de la razón crítica y de los derechos y libertades individuales. Es progreso, solidaridad y democracia. Somos la primera generación de europeos que nace libre de guerras. Construimos puentes, no muros. Desarmamos ejércitos y armamos derechos. Creímos que bastaba con la diplomacia, la cooperación, la interdependencia. Pero la historia, terca como siempre, ha vuelto a llamar a la puerta.

Lo hizo en 2022, cuando Rusia invadió Ucrania con el objetivo de acabar con su independencia y soberanía, pero también para construir una esfera de influencia rusa en Europa. Una vuelta a la Conferencia de Yalta de 1945 por parte de un presidente que anhela restablecer el pasado glorioso de Rusia frente a una Europa que considera decadente. Decadente por su protección de los derechos de las mujeres o de los homosexuales, por su lucha contra el cambio climático, por su multiculturalidad. Desde entonces, se han multiplicado los ataques contra infraestructuras energéticas y tecnológicas europeas, los ciberataques, la desinformación y las injerencias en procesos electorales.

Pero la traición llega también desde quien pensábamos que era nuestro principal aliado: Estados Unidos, con quien compartimos alianza de seguridad en la OTAN. Su presidente llama dictador al presidente Zelenski, alaba a Putin, amenaza con quedarse con Groenlandia y no duda en afirmar que la Unión Europea se creó para fastidiar a Estados Unidos. Nos adentramos en un territorio totalmente inexplorado. Trump y Putin negocian el futuro de Europa a través de Ucrania, sin Europa. Si no estás en la mesa, tú eres el menú. No es momento para el cansancio.

Europa es un proyecto de paz. Pero hoy nuestros valores están siendo atacados. Es una guerra contra nuestra democracia, contra nuestro modo de vida. Es una guerra contra los ideales por los que españoles comprometidos como Jorge Semprún lucharon. No se trata de armarse para invadir, sino de disuadir, proteger y resistir. No queremos ser vasallos de nadie, sino dueños de nuestro destino. 

Con el nuevo paquete de medidas presentado por la Comisión Europea en materia de seguridad y defensa —el Plan Readiness 2030 y el Libro Blanco de Defensa— se busca avanzar por esa senda. Seríamos ilusos si pensáramos que se trata solo de fabricar tanques o bombas. Es inteligencia, es ciberseguridad, son empleos, es adaptación para sobrevivir. Se trata de impulsar un paquete de inversiones, de hasta 800.000 millones de euros de aquí a 2030, en su mayoría a través de inversión directa de los Estados miembros y préstamos SAFE para proyectos conjuntos.

Esta vez debemos invertir de otra forma: invertir más, cada país, sobre la base de las capacidades que faltan en Europa, como por ejemplo sistemas de defensa antiaérea, drones y satélites, desarrollando proyectos made in Europe. Nuestra defensa no puede depender de Elon Musk. Esto se traduce en empleo y capacidad industrial. Es I+D+I. Debemos invertir mejor, reduciendo duplicidades y coordinándonos, apostando por alianzas público-privadas. Se trata también de invertir juntos, endeudándonos juntos, haciendo compras conjuntas y cooperando con terceros países, permitiendo la incorporación de países candidatos, como Ucrania, así como de países del Espacio Económico Europeo y quizás más adelante del Reino Unido y Turquía, a través de acuerdos específicos. 

Como decía Paul-Henri Spaak, en Europa hay dos tipos de países: los que son pequeños y los que todavía no saben que lo son. Es la suma de nuestras capacidades lo que nos hace grandes. Ya lo hicimos durante la pandemia con las vacunas. Esta vez no respondemos a un virus, sino a la violencia.

Soy consciente de que no se trata de un debate fácil en términos de opinión pública. Los países europeos tenemos diferentes pesadillas: los disparos se escuchan más fuertes en el Este que en el Sur. Pero todos compartimos los mismos sueños: seguir defendiendo nuestros Estados del bienestar. Así lo ha entendido la ciudadanía europea que ha demostrado estar a la altura del momento histórico que le ha tocado vivir. El reciente sondeo IFOP para Le Grand Continent muestra que el 70 % de los europeos considera que “la Unión Europea debe contar únicamente con sus propias fuerzas para garantizar su defensa y seguridad”. Según el CIS de marzo, el 75 % de los españoles apoya incrementar las capacidades defensivas de la Unión Europea.

Y es que el papel de España resulta fundamental en esta nueva encrucijada por nuestra seguridad y defensa. España alberga más de 400 empresas dedicadas al sector de la defensa, situándose como el cuarto país de la Unión Europea en términos de facturación, lo que se traducirá en la creación de empleos de calidad, altamente cualificados, y en el fortalecimiento del ecosistema industrial nacional. De este sector dependen alrededor de 250.000 puestos de trabajo.

Por otro lado, España cuenta con unas Fuerzas Armadas altamente profesionalizadas, que se han convertido, con su modernización en democracia, en una de las instituciones mejor valoradas. Invertir en defensa es también invertir en la UME, en equipos de alta tecnología contra catástrofes, sabotajes y desinformación.

En el debate público en nuestro país sobre invertir en seguridad y defensa, se apela muchas veces a una falsa dicotomía —la de los tanques o la mantequilla— que sugiere que si se invierte en defensa se deja de invertir en políticas sociales. Nada más lejos de la realidad. España aumentó en los últimos cinco años la inversión en defensa del 0,9 % al 1,3 % del PIB, reflejando un compromiso creciente con la seguridad nacional y las obligaciones internacionales. Mientras tanto, el gasto público aumentó entre 2019 y 2023 más de un 3 % del PIB. Si atendemos a los últimos presupuestos aprobados, los de 2023, comprobaremos que las partidas destinadas a gasto social crecieron un 11 % con respecto a 2022. Es momento de dejar a un lado los prejuicios sobre la defensa y la seguridad y convencernos de que invertir en defensa es invertir en nuestro futuro y en nuestro bienestar. Es momento de apostar por un gran pacto europeo por la seguridad y la defensa, debatido democráticamente y consensuado aquí en España y en Europa.

Nos encontramos en un nuevo momento Monet, que vaticinó a la perfección cómo la UE avanzaría en el futuro con su popular frase: “Europa se forjará a través de las crisis, y será la suma de las soluciones que se den a esas crisis”. En cada crisis nos tambaleamos, pero también damos un paso adelante. Ahora estamos ante una nueva encrucijada. Nos toca de nuevo decidir si queremos ser actores o espectadores. Esta vez, Europa debe protegerse a sí misma.

Etiquetas
stats