ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
El lujo de no haber nacido en Sevilla

Hace varios días acudí con unos amigos a la exposición «Ofrenda. Rosa. Corona. Beso» organizada por la Fundación Cajasol junto con la Hermandad de la Macarena. Nos apuntamos a la visita guiada para que nos contasen todos los secretillos. Casi al final, la guía nos colocó frente a los dos carteles que Luis Gordillo ha realizado este año para la Hermandad y nos preguntó: “No os gustan, ¿verdad?”. La gente ponía caras y decía que no por lo bajini. Yo dije que sí en alto.
No me preguntaron por qué a mí sí me gustaba, así que no les pude contar que, aunque de primeras su obra me dejó bastante impactada, cuando leí que el pintor explicaba que había querido representar el torbellino que provoca “el primer deslumbramiento” al ver a la Virgen, lo entendí todo.
Yo recuerdo lo que sentí cuando vi a la Macarena por primera vez en procesión. Porque fue hace tan solo dos años y porque fue en la calle Parras, donde Ella está más deslumbrante. Recreo a menudo ese instante en mi cabeza. Cuando se detuvo el tiempo, se iluminó el cielo, retumbó el suelo y temblaba la mirada al rebosar las lágrimas en mis ojos.
La Macarena es una representación bellísima de la Virgen María, pero cuando la ves en la calle, el movimiento del paso, el arrastre de la bulla, el sol, que ya supera la altura de los edificios y las propias emociones que causa tal experiencia, unidas al ya notable cansancio, deforman la imagen. Si fuera posible hacer captura de nuestra visión como la hacemos de la pantalla de nuestros móviles, la Macarena que deslumbra al volver a su barrio se parecería más a la de Gordillo que a la del cartel de Virginia Saldaña.
Es como si nacer en Zamora te convirtiera automáticamente en ciudadana del mundo: al negarte el futuro en tu tierra se te abren un sinfín de caminos y posibilidades
Me gusta mucho contarle a la gente cómo fue mi primera mañana de Viernes Santo en Sevilla, y si tengo confianza con la persona que me está escuchando, termino mi relato diciendo que, a mi modo de ver, es un auténtico lujo no haber nacido en Sevilla, porque yo sí puedo acordarme de la primera vez que vi a la Macarena, mientras que los macarenos aquí nacidos conocen a la Virgen de toda la vida, y aunque tienen anécdotas mucho mejores que las mías, no pueden recordar la impresión de la primera vez.
El lujo de haber nacido en Zamora
Yo nací en Zamora, entonces, el recuerdo que me falta es el de haber visto por primera vez a la Virgen de la Soledad, que es nuestra joyita. Lo que sí recuerdo es la cantidad de veces que me dijeron durante mi adolescencia que yo tenía que irme de mi ciudad en cuanto fuera posible.
No es que en Zamora no toleren a los adolescentes y quieran deshacerse de ellos, es que en mi ciudad de origen se tiene la creencia de que allí no hay futuro, que quien se queda no tiene oportunidades y como los adultos que te rodean quieren lo mejor para ti, te convencen desde pequeña de que lo que te ha tocado a ti, por zamorana, es vivir fuera de tu tierra, y lo aceptas sin miramientos asumiendo que no hay alternativas.
Claro, Zamora se ha autoconvencido tanto de que allí los jóvenes no tienen nada que hacer que no se buscan soluciones al problemón que, en realidad es, que todas las generaciones, al cumplir los 18 años, dejen la ciudad y la mayoría ya solo vuelva para la Navidad y la Semana Santa.
El lujo que yo tengo como zamorana es el de no haber podido desarrollar un apego por mi ciudad, ni por ninguna otra; el no tener la capacidad de echar raíces, no saber lo que es tener mi sitio, no haber experimentado nunca el sentimiento de pertenencia a un lugar, o reconocer mi identidad ligada a la localidad donde nací. Es como si nacer en Zamora te convirtiera automáticamente en ciudadana del mundo: al negarte el futuro en tu tierra se te abren un sinfín de caminos y posibilidades.
Por lo que he podido observar en los pocos meses que llevo aquí, Sevilla también tiene sus propios autoconvencimientos, o autoengaños. Los resumiría en dos: Sevilla es la ciudad más bonita del mundo y las cosas aquí son como son porque se hacen de sevillanas maneras
Al poco de vivir mi primera madrugá empecé a valorar la posibilidad de mudarme a Sevilla. Un tiempo después, lo hice. La acogida, cuando por fin me instalé (para sorpresa de nadie, a pocos metros del Arco de la Macarena), fue inmejorable. Así, me di cuenta de que a muchos sevillanos les encanta que su ciudad sea elegida, que gane algún concurso imaginario que ha podido acontecer en la mente de una zamorana que ya estaba harta de Madrid y buscaba una ciudad mejor en todos los sentidos. Les llena de gozo escuchar a una forastera decir que su ciudad es única y es preciosa.
La suerte de las sevillanas maneras
Por lo que he podido observar en los pocos meses que llevo aquí, Sevilla también tiene sus propios autoconvencimientos, o autoengaños. Los resumiría en dos: Sevilla es la ciudad más bonita del mundo y las cosas aquí son como son porque se hacen de sevillanas maneras.
Me da la sensación de que estas creencias se asemejan un poco a las de los zamoranos, aun siendo contrarias. En Zamora siguen permitiendo que la mayoría de los jóvenes se vayan y no vuelvan porque, por muy triste que sea, es más fácil que solucionar un problema tan complejo como el del empleo en la España vaciada. En Sevilla se tiende a repetir que su ciudad es la más bonita y todo lo que aquí acontece es mejor porque se hace a su manera, y hasta lo malo es bueno porque es sevillano, lo cual dificulta abordar las también complejas problemáticas que tiene Andalucía en general y Sevilla en particular.
Como tuve el lujo de no nacer en Sevilla no sé lo que es crecer en los ya asumidos como tres de los diez peores barrios de España. Tampoco sé hasta qué punto marca tu vida la sombra de esa cifra del 37% de la población andaluza que está en riesgo de pobreza y/o exclusión social, ni tengo la más remota idea de lo que significa perder tu casa, tu calle, a tus vecinas y a tu barrio por la proliferación sin ningún tipo de control de los apartamentos turísticos.
Eso sí, desde que vivo en Sevilla estoy desayunando como nunca. Y esto, como lo de la Virgen, es verdad. En estas afirmaciones no hay autoengaño: en Andalucía se desayuna muchísimo mejor en relación calidad/precio que en Zamora y en Madrid y sí, vírgenes hay en todas las ciudades de España, pero como la Macarena, ninguna.
Sobre este blog
ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
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