Paseo por la Torre del Reloj: cómo se gestó en la Barcelona de hace 230 años el sistema métrico que usamos hoy

Los yates de lujo que fondean en Barcelona, propiedad de magnates de medio mundo, conviven todavía hoy en el Port Vell con una veintena botes pesqueros. Les separa un pequeño muelle, el de Pescadores, presidido por la Torre del Reloj, un viejo faro que ha sido testigo del último cuarto de milenio del Puerto, pero sobre todo de uno de los grandes hitos de la historia de la ciencia: la creación del metro como unidad de medida universal.
Desde este miércoles, los barceloneses ya pueden pasear por el Muelle de Pescadores, que ha reabierto después décadas cerrado a la ciudadanía. El Puerto de Barcelona ha remodelado parte del atracadero, donde se ubican la nueva Lonja y el Palacio de Hielo, y ha eliminado las vallas que impedían el paso a vecinos y turistas.
La intención es que pronto se pueda subir también a la Torre del Reloj y otear la ciudad desde este enclave emblemático. Como lo hizo en 1792 el científico francés Pierre Méchain para culminar los cálculos sobre el meridiano de París, método empleado para establecer por primera vez la longitud del metro. Y como se cree que lo haría a mediados del siglo XIX Ildefonso Cerdà, de quien se dice que fue el primer gran urbanista del mundo, para encuadrar el proyecto del Eixample. Ambas son muestras de cómo este faro en desuso ha protagonizado de forma involuntaria el pasado de la ciudad.
“A pesar de ser poco conocida, la Torre del Reloj es un símbolo para el Puerto y para Barcelona”, resume Joan Alemany, historiador y economista especializado en planificación portuaria. En 2022, coincidiendo con el 250 aniversario de la construcción del edificio, fue el encargado de comisariar la exposición en la que repasaba su trayectoria: desde su construcción en 1772 a su —hasta hoy— inaccesible ubicación.

El faro que alumbró el sistema métrico
En sus inicios, y debido a su función de faro para una de las ampliaciones del puerto, recibió el nombre de Torre de la Linterna. Desde su altura se observaba una Barcelona que nada tiene que ver con la actual. Se divisaban las murallas que aún aprisionaban la urbe. También el recién estrenado barrio de casas bajas de la Barceloneta. Y en vez de barcos deportivos y de pesca, señala Alemany, llenaban el paisaje las fragatas y corbetas que alimentaban el comercio con América.
Ese escenario fue el que pisó la expedición francesa con el encargo de la Academia de Ciencia de Francia de establecer una unidad universal de longitud que pusiera fin al caos regional de mediciones. En el que acabaría siendo uno de los grandes legados de la Ilustración y la Revolución Francesa, se planteó que esa unidad, el metro, fuera la diezmillonésima parte de la distancia entre el ecuador y el polo norte. Pero para ello había que medir mejor el meridiano, y para hacer las extrapolaciones los matemáticos y geodestas franceses Jean Baptiste, Joseph Delambre y Pierre Méchain escogieron el trazado del Meridiano de París –hoy relegado por el de Greenwich– entre Dunkerque y Barcelona.
Méchain asumió el cálculo de la mitad sur del trazado, pero su paso por Barcelona fue de todo menos placentero, según relata el historiador Ken Alder en La medida de todas las cosas. La odisea de siete años y el error oculto que transformaron el mundo. Llegó a la ciudad con su ayudante en junio de 1792, pero poco después, en enero de 1793, estalló la guerra entre España y Francia tras la decapitación de Luis XVI. Además, sufrió un accidente que lo mantuvo convaleciente durante medio año o más.
Todo aquello dificultó los trabajos de Méchain. “Lo consideraron medio espía y aunque no lo encarcelaron, no le dejaron subir a hacer mediciones en Montjuïc durante un tiempo”, expone el historiador Alemany.
Para hacer sus cálculos, Méchain empleaba una herramienta inventada para ello, el círculo repetidor de Borda. El método consistía en medir las distancias entre tres puntos elevados sobre el terreno, cuya triangulación permitía luego calcular la línea del meridiano. Inicialmente, relata Alemany, el geodesta francés realizó el trabajo desde la Torre del Castillo de Montjuïc y dos montículos cercanos en Vallvidrera y Alella. Pero la guerra y el accidente alteraron sus planes, y empezó a buscarse la vida por la ciudad.
Desde la habitación de su hostal, la Fontana de Oro, empezó a hacer triangulaciones con el Castillo de Montjuïc y un tercer punto: la Torre de la Linterna. También entre esos dos últimos y la Catedral de Barcelona.

El sabio francés, que moriría en 1804 en Castellón de la Plana –donde trataba de hacer triangulaciones con las Baleares–, vivió lo suficiente para ver cómo en 1799 se adoptaba oficialmente en Francia el sistema métrico decimal basado en su expedición. El mismo del que parten las unidades como el kilogramo o el litro, que se adoptó en España en 1853 y que en 1889 la Conferencia General de Pesas y Medidas fijó como patrón global.
Por Barcelona, aunque quién sabe si también subieron a la Torre de la Linterna, pasaron otros científicos a comprobar o completar los cálculos del meridiano. Entre ellos el matemático François Arago, que acabó encarcelado en Palma en 1808, o el célebre naturalista Alexander Von Humboldt, que también se hospedó en 1799 en la Fontana de Oro.
Un vértice para Ildefonso Cerdà
La Torre de la Lintera, ese faro que quedaría inutilizado con la ampliación del puerto a mediados del siglo XIX, volvió a ser un punto decisivo para los cálculos de otro sabio: Ildefonso Cerdà. Aunque no hay constancia documental de que el urbanista que diseñó el Eixample se encaramara a la torre, los historiadores asumen que lo más probable es que lo hiciera para planificar el crecimiento urbanístico de Barcelona más allá de sus murallas.
¿Por qué? La respuesta está en la actual malla urbana de Barcelona y en los mapas que él mismo incluyó en su Teoría de la construcción de las ciudades, en 1859. Para ordenar la expansión de la ciudad, el urbanista trazó dos avenidas, una que coincidía con el paralelo 41º22’33’’N (la avenida Paralelo), y otra con el meridiano 2º13'45''E (la avenida Meridiana). Ambas son perpendiculares y llegarían a converger en un punto concreto de la ciudad, el viejo faro que hoy es la Torre del Reloj, formando además un triángulo rectángulo con la Gran Via y que tendría los otros dos vértices en Plaza España y Plaza Glòries.

“Siendo Cerdà una persona tan meticulosa y que medía con una precisión extraordinaria, nadie cree que sea una casualidad que el meridiano y el paralelo se crucen exactamente en la torre”, razona el historiador Alemany.
Más allá de la retícula del Eixample, otra de las señas de identidad del distrito, sus chaflanes en cada esquina, también obedecen a la misma geometría. Todos ellos son paralelos a la avenida Paralelo o a la Meridiana. Por eso bromea Alemany que es imposible perderse en Barcelona. Sin mapas ni móviles a mano, uno siempre puede emplazarse en cualquiera de los centenares de chaflanes del centro y orientarse hacia uno de los cuatro puntos cardinales con precisión exacta.
Con la entrada en el siglo XX, la torre estuvo a punto de ser derribada, aunque finalmente se conservó por razones patrimoniales y fue entonces cuando se le instaló el reloj que le da nombre. Su utilidad pasó a ser marcar la hora. Ahora lo será recordar a barceloneses y turistas de que un día la ciudad fue testigo de una de las mayores hazañas de la ciencia.

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