El escondido edificio racionalista de Tetuán que fue un centro de formación profesional pionero de los años treinta

A menudo pensamos que los lugares de interés en la ciudad están en sus vías más importantes. En algunas ocasiones, sin embargo, nos topamos en calles secundarias con edificios notables que abonan nuestra curiosidad. La del Limonero, en Tetuán, es una callecita muy estrecha (de menos de cinco metros de viario) paralela a Bravo Murillo, que transcurre entre Oñate y General Margallo. Un paseo por Limonero aún deja alguna pista de la importancia relativa que esta calle tuvo hace un siglo, cuando estaba en el primer meollo de Tetuán de las Victorias, un arrabal de Chamartín de la Rosa que pronto comenzó a rivalizar con el núcleo original y a tener en sus calles muchas de las infraestructuras comunitarias del pueblo.
Hoy nos fijaremos en el imponente edificio de líneas racionalistas que hay en el número 28, que alberga las dependencias del Centro Territorial de Innovación y Formación, un centro de la Comunidad de Madrid para la formación para profesores y el cultivo de la innovación educativa. El edificio de ladrillo fue construido entre los años 1931 y 32 por los arquitectos Juan Gómez Mesa y Manuel Ruiz de la Prada y Muñoz de Baena, padre del también arquitecto Juan Manuel Ruiz de la Prada y abuelo de la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada. Fue inaugurado un año después como Escuela de Orientación Profesional y Aprendizaje Chamartín de la Rosa.

En ese momento, el extrarradio norte despuntaba como uno de los centros obreros más destacados de Madrid y Tetuán de las Victorias fue elegido como uno de los emplazamientos para desarrollar el Plan de Escuelas de Orientación Profesional Obreras, puesto en marcha por el Ministerio de Trabajo de Largo Caballero durante la Segunda República. Tenía escuelas-taller de ajuste, carpintería y forja-cerrajería, y era uno de los centros de formación profesional para obreros más grandes de España.
La idea de crear centros independientes de formación profesional había nacido con el Estatuto de Formación Profesional de 1928 y se empezará a desarrollar con la república. Nacerán así dos tipos de centros, las Escuelas Elementales y Superiores de Trabajo y las Escuelas Profesionales para Oficiales y Maestros Artesanos. Industria y artesanía. El honorario de estas escuelas para trabajadores era nocturno o compatible, en todo caso, con las jornadas laborales. La de Tetuán fue la segunda en abrir después de la del barrio de Embajadores.

En ese momento, el centro estaba situado en el número 15 de la calle Castillejos, que tuvo que cambiar de nombre cuando Madrid anexionó Tetuán de las Victorias en 1948 por la existencia de otra así nombrada (en este caso muy cerca, al otro lado de Bravo Murillo). Con motivo de este cambio, por cierto, se da la paradoja de que el barrio de Castillejos no cuenta con una calle así llamada mientras que el cercano barrio de Bellas Vistas sí.
En 1954 el centro cambio el nombre a Tetuán de las Victorias, antecedente directo del IES Tetuán de las Victorias, que aún existe pero que trasladó sus instalaciones a Vía Límite con el cambio de milenio.
La calle de la juventud obrera
En los números 6 y 8 de la entonces calle de Castillejos hubo también una Escuela Nacional (ya desde principios de siglo) y una Escuela de Artes y Oficios municipal desde 1924, a la que podían acceder chicos y chicas mayores de doce años. Según explica Félix Parra en el libro de 1960 Tetuán de las Victorias, “la enseñanza que en ella se cursaba era la ampliación de la primera enseñanza, de índole eminentemente práctica para los obreros: dibujo de todas clases, pintura y escultura. Estaba dirigida por D. Ángel Mínguez, excelente profesor y un buen pintor”.

Mínguez, dibujante y pintor de origen humilde, colaboró con publicaciones periódicas, participó en numerosos certámenes artísticos e hizo retratos de alcaldes de la Villa y Corte. Empezó a dirigir la Escuela de Artes y Oficios desde su apertura en 1924. Bajo su dirección, la escuela fue objeto de atención de la prensa en algunas ocasiones. Así ocurrió en 1928, cuando el Heraldo de Madrid tituló Una exposición de arte en Tetuán de las Victorias, glosando los méritos de algunos de sus alumnos, como “el obrero Casimiro Alonso Vázquez, digno de alabanza, pues en sus pocos ratos de ocio ha logrado reunir interesantes trabajos de dibujo aplicado a la construcción”.
La noticia lamentaba también las reducidas dimensiones del local, que según explica Antonio Hermoso de Mendoza en Monografía geográfico-histórica de Chamartín de la Rosa, era una planta baja que antes se había dedicado a la recaudación de arbitrios. En el mismo libro, publicado en 1929, daba noticia de que había matriculados más de 120 alumnos, que además de las tareas artísticas que refería Parra cursaban aritmética, geometría, gramática y ortografía. La información aportada por Hermoso de Mendoza es importante porque, si no nos equivocamos por asuntos de homonimia, fue subdirector del centro.
Mínguez debió de tener relación con el escultor Mateo Inurria, afincado en Chamartín de la Rosa, pues su viuda organizó al menos una visita de los alumnos al estudio de Inurria y donó material a la escuela. El pintor fue un actor reconocido en el día a día de Tetuán de las Victorias, como muestra el hecho de que en 1932 figurase como presidente de la junta que debía elegir a Señorita Chamartín en el salón de cine Tetuán, situado en la calle de Bravo Murillo.
En la contigua escuela nacional estudió Ana López Gallego, modista del barrio (vivía en la cercana calle Lérida) que fue miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas y secretaria del radio de Chamartín durante la guerra. Murió fusilada en el Cementerio del Este junto con el resto de las Trece Rosas cuatro meses después de acabada la guerra.
La calle del Limonero no debía ser durante el primer tercio del siglo XX la senda solitaria que es hoy, a tenor de los distintos centros educativos que acogió. Es fácil dejarse atraer por las fachadas lustrosas de las calles grandes como Bravo Murillo, eje del desarrollo de los barrios al norte de Madrid, pero nos equivocamos si dejamos de prestar atención a otras calles que, a la sombra de estas, fueron también lugares primordiales en el desarrollo de los barrios.
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