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CV Opinión cintillo

El sacrificio de peones ucranianos en el tablero de las grandes potencias

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En estos últimos días hemos visto cómo la situación entre Ucrania y Rusia se ha visto alterada por el acuerdo de alto el fuego de 30 días mediado por Estados Unidos en un escenario desgastado y bajo la presión internacional por buscar una solución. El acuerdo parece ser la puerta de entrada para futuras negociaciones, pero ¿es un primer paso hacia la paz?

Términos del acuerdo

El pasado 25 de marzo, se anunciaron los resultados de las últimas negociaciones entre las delegaciones de Ucrania, Rusia y los Estados Unidos en Arabia Saudí. A partir de ellas, se puede inferir que las medidas acordadas son mucho menos ambiciosas de lo prometido una y otra vez por Trump, tanto una vez dentro como antes de su llegada a la Casa Blanca como promesa electoral. Es más, existe una diferencia observable entre los comunicados del acuerdo publicado por Rusia y Ucrania. Sin embargo, si nos ceñimos a los puntos que tienen en común, veremos que, en lugar de detener los ataques por completo, se ha acordado aplicar el alto el fuego sobre la infraestructura energética ya negociado la semana pasada—, así como garantizar la seguridad en el mar Negro, restableciendo el acceso de Rusia al mercado mundial para la exportación de sus productos agrícolas y fertilizantes. Para llegar al acuerdo, Kremlin impuso condiciones ineludibles: el levantamiento de las sanciones impuestas a los bancos rusos involucrados en la producción y el comercio de productos agrícolas, así como la readmisión de los mismos en el sistema Swift; una medida que, además, exige de aprobación por parte de la UE. De momento, las medidas planteadas parecen beneficiar casi únicamente al Kremlin. Sin ir más lejos, las restricciones al ataque de las infraestructuras energéticas beneficia mucho más a Moscú por depender cerca de un tercio de todos los ingresos del Estado ruso de las ventas de gas, petróleo y sus derivados que a Kiev. Cabe recordar que, a lo largo de los ya más de tres años de guerra, Ucrania ha logrado destruir más del 10% de la capacidad de refinación del petróleo que tiene Rusia, lo cual se refleja negativamente en los ingresos de la última al obligarla a vender petróleo crudo, que reporta menos beneficios que los productos refinados.

Tanto Ucrania como Rusia parecen mostrarse comprometidos con la suspensión temporal del fuego, aunque no sin desconfiar del rival. Del mismo modo, la Unión Europea ha manifestado su apoyo a las negociaciones de paz en Ucrania, enfatizando que cualquier acuerdo debe ser justo, duradero y respetar la integridad territorial del país. En una reciente declaración, la portavoz de Exteriores de la UE, Anitta Hipper, ha manifestado el “apoyo inquebrantable” del bloque europeo a la soberanía, independencia, así como la integridad territorial de Ucrania. Mientras tanto, Washington está ejerciendo el rol de mediador entre Rusia y Ucrania, al mismo tiempo que Pekín adopta una postura ambigua, ya que se declara a favor de la paz, al mismo tiempo es el comprador más grande de los hidrocarburos rusos. Esta postura le permite a China conservar sus lazos comerciales con el mundo mientras aprovecha los recursos energéticos rusos a precios reducidos.

Intereses ocultos

Pese a la esperanza que han despertado a algunos las recientes noticias, el escepticismo no es menor y, por tanto, las dudas sobre la estabilidad y el cumplimiento del alto el fuego parecen aflorar desde diferentes perspectivas por la inconsistencia de pactos anteriores. Keir Starmer, el primer ministro británico, ha revelado su desconfianza, insistiendo en la necesidad de implementar mecanismos de seguridad competentes. No obstante, no podemos descartar que haya intereses ocultos entre los países europeos. Por ejemplo, las industrias militares del Reino Unido, Francia y Alemania, se benefician de las ventas de armas a Kiev; si bien numerosos países europeos han donado armas a Ucrania, también se han firmado contratos multimillonarios de provisión de armas por parte de los europeos. También hay otros actores europeos a los que les podría beneficiar económicamente que la guerra continuara: Noruega y Reino Unido han visto incrementadas sus exportaciones energéticas, Polonia y los países bálticos se han beneficiado del aumento de inversión por parte de los EEUU y la OTAN para fortalecer su posición militar, entre otros.

Parece indiscutible que la guerra en Ucrania ha servido de catalizador para la reconfiguración del tablero geopolítico europeo y de las relaciones internacionales a escala mundial. La implicación de múltiples actores, tanto estatales como empresariales, en el conflicto ruso-ucraniano multiplica la incertidumbre que caracteriza los conflictos actuales. No obstante, la reorganización del orden mundial y de los apoyos diplomáticos no borra los efectos del largo camino de la mano de Estados Unidos que se ha seguido desde Europa. Claramente, es mucho más fácil destinar una enorme partida presupuestaria a un rearme europeo tan codiciado por el complejo industrial-militar estadounidense que reformar de arriba a abajo el sistema de relaciones jurídicas y diplomáticas internacionales. En este sentido, es necesario que la burocracia bruselense reflexione: ¿podemos estar seguros de que Estados Unidos es, de facto, menos peligroso que Rusia? Sin ir más lejos, el plan de rearme es un efecto directo de la guerra en Ucrania impulsada por Rusia, pero también del cambio de postura en Washington tras la llegada de la Administración Trump; con Biden, el rearme no ocupaba un primer plano en la agenda política europea. En este contexto, debemos abordar qué opción se plantea desde Europa y hasta qué punto podría ser beneficiosa una militarización o un acercamiento a China en pro de disminuir la dependencia respecto a EEUU.

Papel de la UE

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, aunque las políticas de la Unión Europea se han basado en la diplomacia, es una realidad que la mayoría de los Estados miembros también forman parte de la OTAN, con lo que se pretende la colaboración en materia de defensa entre sus integrantes. Sin embargo, el papel de la OTAN se ha cuestionado en numerosas ocasiones desde su constitución, y más aún en el contexto actual en el que EEUU amenaza con salirse de la organización. Si bien es cierto que este escenario supone una oportunidad excepcional para que la UE establezca su propia hoja de ruta, las dificultades para construir alianzas y la tibieza en las respuestas diplomáticas que intentan contentar a todos no parecen ser esta vez los pasos que lleven a una solución diplomática potente y satisfactoria en materia de seguridad.

Si aceptamos el discurso de la necesaria preparación en seguridad y tecnología de doble uso avalado por Sánchez para hacerle una finta al rearme, sin salir de la OTAN y sin establecer un plan propio, ¿qué diferencias habría en el proceder actual con lo que hemos estado haciendo durante los últimos 40 años? La actual propuesta basada en el aporte de 800.000 millones de euros en cuatro años, significa dar continuidad al actual planteamiento. Para cambiar estas inercias, es necesario que el continente europeo establezca relaciones diplomáticas directas, entablando negociaciones independientes con las partes y desarrollando alternativas al enfoque militarista. Esto requiere transformar las Naciones Unidas, reconsiderar el mecanismo de votación y veto en el Consejo de Seguridad, y crear coaliciones internacionales que prioricen las iniciativas políticas que tengan consecuencias reales. Es bien sabido por el pueblo palestino y el ucraniano que de nada sirven las sanciones, amenazas o declaraciones, si no tienen consecuencias significativas, son de obligado cumplimiento y estan avaladas por una amplia mayoría del tablero internacional.

A un presente preocupante, un futuro incierto

A fin de cuentas, ¿en qué situación nos encontramos actualmente? Todo apunta a que Rusia está llevando las riendas, dado que ha logrado numerosas y significativas concesiones a su favor, fundamentalmente, impulsadas por parte de los EEUU. Aparte de lo mencionado anteriormente, cabe señalar que se ha descartado el acceso de Ucrania a la OTAN, se ha instado al Gobierno ucraniano a llevar cabo las elecciones, se ha pasado culpar a Ucrania de la guerra y se ha tildado a Zelenskyy de “dictador”, sin decir nada parecido sobre Putin, y se ha humillado a Zelenskyy en el Despacho Oval. Se ha apartado de las negociaciones a Keith Kellogg al considerarlo demasiado pro-Kiev; se ha alejado lo máximo posible de las negociaciones a Europa y Ucrania; se cortó la ayuda militar, económica y de inteligencia a Ucrania, aunque durante un periodo corto, dado que se utilizó como un instrumento de presión para obligar a Zelenskyy a aceptar la propuesta de alto el fuego diseñada por la Administración Trump. Pero esto no es todo: EEUU también votó en la ONU en contra de condenar a Rusia por la invasión, abandonó el grupo internacional para investigar los crímenes de guerra rusos en Ucrania, llegando a insinuar que podría reducir el número de efectivos desplegados en el continente europeo.

En definitiva, parece que la mayoría de dichas concesiones se han hecho, por parte de la Administración Trump, con el fin de cumplir con una de las promesas electorales más importantes de la campaña electoral republicana: terminar con la guerra en Ucrania. No obstante, la historia nos ha demostrado que los rusos son duros negociando, por lo que parece que el plan de Trump se está tambaleando, al menos, por avanzar mucho más lento de lo prometido. Sin ir más lejos, Moscú tachó de “imposible” la cesión de control de la central nuclear de Zaporizhzhia, tanto a Ucrania como a terceros países, lo cual es un indicio más de la intransigencia rusa a la hora de negociar la paz. En este sentido, el presidente estadounidense, seguro de sí mismo, ha vendido una victoria que todavía no ha conseguido. Mientras tanto, el sistema de alianzas internacionales se reconfigura en un contexto caracterizado por la creciente incertidumbre mundial en los planos económico, político y militar.

*Este artículo ha sido elaborado por Equipo Panóptico formado por: Danylo Titenko, Saray Peñarrubia Plaza, Joana Silvestre Vañó y Llum Barberà Agustí

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