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ENTREVISTA
Jefe de servicio de Oncología Pediátrica de La Paz

Antonio Pérez, pediatra: “El 80% de los cánceres en niños se cura, pero con medicamentos del siglo pasado”

Antonio Pérez, jefe del servicio de Oncología Pediátrica del Hospital La Paz.

Sofía Pérez Mendoza

2 de marzo de 2025 22:25 h

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El trabajo del pediatra Antonio Pérez (Granada, 1975) empieza cuando todo ha fracasado. Está al frente del servicio de Oncología Pediátrica del Hospital Universitario La Paz y dirige la unidad CRIS de terapias avanzadas para cáncer infantil del centro (impulsada por la fundación del mismo nombre), donde van a parar los niños y niñas que han recibido sin resultado los tratamientos “que están escritos en los libros de medicina”. Por ella han pasado más de 900 familias en situaciones muy difíciles desde 2018, cuando se puso en marcha.

El cáncer infantil es una enfermedad infrecuente (apenas el 0,8% de todos los casos se dan en edad pediátrica) que “solo comparte la palabra” con la dolencia que afecta a los mayores: ni la prevalencia, ni la respuesta de los pacientes, ni las mutaciones, ni siquiera la explicación al fenómeno biológico. Ese adultocentrismo, se lamenta Pérez, lastra la investigación propia que se necesita para empezar a curar al 20% de los niños y niñas diagnosticados que no sobreviven a la enfermedad.

Atiende a elDiario.es en un viaje exprés a España. Ha decidido tomar un periodo de excedencia para trabajar temporalmente en el hospital Great Ormond Street de Londres, uno de los centros más punteros del mundo en cáncer infantil. Su idea, dice, es recabar todo el conocimiento posible para traerlo de vuelta a sus consultas.

Los cánceres en la infancia son un porcentaje muy pequeño de los nuevos casos, un 0,8%. ¿Están en aumento? ¿Se espera que haya más incidencia, como parece que pasa con los adultos?

No sabría qué contestar con certeza absoluta. En adultos parece que el aumento de la incidencia es consecuencia del envejecimiento de la población, de los cambios en los hábitos de vida, de la exposición a carcinógenos como el alcohol o el tabaco... Sin embargo, en niños lo que tenemos es un índice de natalidad más pequeño, pero la misma incidencia que hace unos años. Así que me atrevería a decir que probablemente el aumento del cáncer ocurre a nivel global, no solamente en adultos, sino también en niños.

Por otro lado, siempre tendemos a comparar la enfermedad en adultos y en niños porque tenemos mucha información de los primeros y mucha menos de los segundos. Y siempre digo que son enfermedades tan opuestas que solo comparten la palabra cáncer. En mayores la explicación del fenómeno biológico es el envejecimiento y, sin embargo, los niños están creciendo. Lo ideal sería darle otro nombre porque hay más diferencias. Frente a una enfermedad muy prevalente tenemos una infrecuente; si suele tener mucha carga mutacional, en los pequeños las alteraciones genéticas son mucho más complejas, abigarradas; y el sistema inmune responde de un modo distinto, inmaduro, porque el cuerpo está en crecimiento. Además, en niños no hay estrategias preventivas y en adultos sí.

¿No es prevenible el cáncer en niños?

No, no lo es, aunque eso no quiere decir que tengamos que seguir investigando nuevas estrategias para detectarlo antes. Sabemos que solamente en un 10% de los casos se pueden identificar causas genéticas o un síndrome de predisposición genética. Esto último es algo que no sabíamos hasta hace apenas cinco o seis años. ¿Qué pasa con el resto? Aquí entra lo que llamamos exposoma. Mientras que en adultos se ha demostrado que la exposición a carcinógenos –el consumo de alcohol o tabaco, por ejemplo– provoca cáncer, en niños el único factor que ha demostrado una relación directa es cuando una mamá embarazada se expone a radiaciones ionizantes, por eso deben evitar los escáneres, los TAC y las radiografías. Es el único conocido y evitable.

Pero de un tiempo a esta parte se está estudiando mucho cómo la salud medioambiental sí podría favorecer el desarrollo de cáncer en niños. Igual que en adultos hay más cáncer de pleura en determinadas áreas donde se fuma más o más afectaciones digestivas en lugares donde se come mucho embutido, en niños se ve que hay más cáncer en algunas áreas. No hay estudios de cohortes prospectivas, pero sí de casos. Por ejemplo, en las grandes ciudades donde los niños están expuestos a tráfico continuo el alquitrán eleva una sustancia llamada benceno que no es un metal pesado, pero la circulación durante muchas horas hace que se eleve unos centímetros del suelo. Y eso les afecta porque respiran a una altura mucho más baja.

Son condiciones a las que a día de hoy no prestamos tanta atención. Seguimos sin el conocimiento cierto pero hay hipótesis y una línea de investigación de la que podrán derivarse estrategias preventivas para ver cómo impacta el entorno, el exposoma, y considerarlo una variable diferente a la biológica.

Los niños han sido generadores de un gran conocimiento médico pero el interés economicista de la industria farmacéutica hace que el desarrollo mayoritario venga dado por aquello que da un rédito económico

El 80% de los niños y las niñas se curan. Es una cifra alta si se compara con muchos tumores en adultos. ¿Eso hace que haya menos investigación para ese 20% restante? 

Estoy convencido de eso. Y digo más: el 80% se cura pero con medicamentos del siglo pasado. Con bombas atómicas que valen poco dinero. Y el planteamiento es de algún modo que, si ya curamos, para qué vamos a curar mejor. A la vez, hay tipos de la enfermedad que a día de hoy seguimos sin curar, como el rabdoide, los tumores difusos de tronco o la leucemia linfocítica juvenil. Son cánceres con nombre y apellidos que en España pueden registrar 15 o 20 casos al año como mucho. Apenas afectan a las tasas de supervivencia porque son pocos casos frente a la leucemia que se cura.

Curamos más lo que ya curamos pero seguimos sin curar lo que no curábamos. Por eso necesitamos investigación específica, no pasar lo que sabemos en adultos a niños porque no son iguales pero de bajo peso o de baja talla. No se puede extrapolar. Como hay pocos casos porque es una enfermedad rara, la investigación se penaliza. Veo a mis pacientes de ahora, con estos tumores que mencionaba, y veo que hacemos lo mismo que hace 30 años. Esto es dramático.

Ahora mismo estoy trabajando en un centro de investigación exclusiva de cáncer infantil y de trasplante hematopoyético y terapias avanzadas. El modelo de gestión es que si juntas lo raro ya no es tan raro. Si concentramos a los raros podemos poner los recursos, podremos reclutar a los pacientes de manera más rápida y avanzar de una forma más decidida.

La inmunoterapia ha revolucionado el tratamiento del cáncer. Personas que prácticamente no tenían opciones han dado un volantazo a su pronóstico con las terapias personalizadas CAR-T. Decía antes que el sistema inmune de los niños funciona de otra manera, ¿son eficaces para ellos también?

El primer paciente al que se puso una CAR-T de primera generación fue una niña en el 2004 que ahora sabemos que está viva 18 años después. ¿Y cuántos CAR-T hay aprobados por las agencias reguladoras para niños? Uno, frente a los siete que hay para adultos. Los niños han sido generadores de un gran conocimiento médico, pero el interés economicista de la industria farmacéutica hace que el desarrollo mayoritario venga dado por aquello que da un rédito económico, no aquello que cura la enfermedad, que es lo que queremos. Es terrible y una muestra de que cuando hay interés y prevalencia se desarrollan las investigaciones. Lo contrario hace que las terapias cuesten millones de euros y se hace inaccesible para los sistemas públicos.

A la unidad que dirige llegan niños muy enfermos a los que no han dado resultado terapias convencionales como la quimioterapia o la radioterapia. ¿Cómo se afronta eso?

Con mucha responsabilidad. A las familias que les pasa esto pueden ser la tuya o la mía. Es una situación de enfermedad catastrófica donde cambia todo, y una de las principales dificultades es que no tienes respuestas porque lo que está escrito en los libros ya lo has probado y has fracasado. Entonces ahí aparece la investigación.

Lo que se hace en esta unidad CRIS es tratar de escribir nuevos libros o de escribir nuevas opciones a través de entender en profundidad el cáncer del paciente y al paciente para detectar una brecha que nos permita hacer un acercamiento personalizado a través de algún ensayo clínico o alguna molécula de uso compasivo. Aparte del equipo de medicina y enfermería de la sanidad pública, tenemos a un grupo de investigadores haciendo experimentos a tiempo real, de manera que el método científico se aplica a la práctica clínica de una forma muy directa porque trabajamos juntos.

¿Cuántas personas habéis tratado en la unidad?

Cerca de mil. Y siempre hablamos de casos de éxito, pero hay niños que siguen muriéndose.

No solamente tratamos a un ente biológico que pesa seis kilos o que no habla, sino que hay una persona ahí y un ecosistema que le rodea

¿Cómo se comunica con un niño o niña que está pasando por un proceso así?

La formación de pediatra en nuestro caso es fundamental, y hay comunidades donde a estos niños no los ven personas especialistas en pediatría, sino oncólogos, porque la especialidad en oncología pediátrica no existe en España. No solamente tratamos a un ente biológico que pesa seis kilos o que no habla, sino que hay una persona ahí y un ecosistema que le rodea. Tratamos de adaptar el lenguaje a la edad y a la situación. Los conceptos de miedo y de muerte no son igual en un adolescente que en un niño de siete años. La edad pediátrica es muy diversa.

En el hospital en el que estoy ahora en Londres hay una figura que me gustaría traer a España, que son los especialistas en juego. Pasan por la planta con los médicos, con los psicólogos o con las enfermeras para reducir la ansiedad en momentos de pruebas o exploraciones. Hay una integración de la calidad del proceso asistencial que tenemos que cuidar mucho para no generar impacto emocional y todo eso nos falta por construir en España.

¿Qué se va a traer de vuelta de su año trabajando en Reino Unido?

No se para de aprender ni un día. La experiencia de ver muchos niños y niñas aporta mucho conocimiento. Llevo trabajando desde 1999 en cáncer infantil y acabo de ver esta semana el primer sarcoma de Kaposi en un niño que no tenía VIH. Hemos detectado que toda la familia, procedente de Sudán, está expuesta a un virus que se llama herpes simple tipo ocho que actúa como promotor, como trigger que desencadena. Vivimos en un mundo global y el cáncer no se puede ver como el cáncer solo que sufren los niños en Madrid o en España.

En Madrid seguimos trabajando, además, en los CAR-T de nueva generación, como los duales, que van más allá porque tienen dos brazos (las células inmunes que deben atacar a las cancerígenas reconocen dos moléculas en lugar de una). También hay un programa de uso compasivo con el que hemos curado a siete niños y vamos a hacer el ensayo clínico ahora. Por otro lado están lo que llamamos CAR-T Lockhart, que no salen del paciente sino de biobancos. Seguimos trabajando.

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