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CV Opinión cintillo

El laberinto de las compensaciones

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Parece lógico que en política, cuando alguien se entrega en cuerpo y alma a la función pública y para ello abandona su profesión o su puesto de trabajo, en el momento que cesa su actividad de servicio hacia los demás, tenga una cierta compensación hasta que consiga realojarse en su vida laboral anterior. Una compensación que está en función de su nivel de responsabilidad.

Es cuando nace el estatuto del expresidente con el reconocimiento de la labor cumplida. Lo contrario sería injusto.

Ahora bien, siguiendo ese mismo hilo argumental, parece evidente que quien ha ejercido el poder de manera torticera, buscando el beneficio personal o no cumpliendo con sus obligaciones, no merece compensación alguna, al contrario, es merecedor de la reprobación colectiva por lo que supone el abuso y la traición a la confianza entregada a través de las urnas. Eso es un delito, lo deciden los jueces, y debería desactivar de inmediato cualquier compensación.

Si se entró en política para hacer juegos malabares de todo tipo, sin asumir sus tareas, no hay razón ni motivo para el agradecimiento. Si hay condena, cualquier privilegio es inmerecido y la condición de “molt honorable” carece de sentido y se convierte en un chiste de mal gusto.

Tal vez el legislador, idealista, no contempló el caso de un presidente corrupto o incompetente, pero los tribunales nos confirman que los hay, y debemos adaptar la normativa a un presente triste de honorabilidades dudosas.

Y eso debería alcanzar también al concepto de inmunidad. De existir, solo debería referirse a la estricta actividad política, por eso existe el suplicatorio para que el parlamento decida. La inviolabilidad extensiva a todas las acciones del rey no deja de ser una anomalía, o una interpretación anómala, según se mire, y también debería ser corregida. Lo digo por aquello de que somos iguales ante la ley y todo eso.

Que personajes como expresidentes del gobierno valenciano, con sus condenas a cuestas (esas que evidencian su deslealtad al pueblo soberano) disfruten de privilegios y honores por su trabajo mal hecho, es una caricatura legal que está pidiendo a gritos una rectificación.

Si ahora un presidente cuestionado en todos los ámbitos está inventando coartadas y trucos para garantizarse sueldos y prebendas, la propia ley, si quiere que confiemos en ella, debería cerrar cualquier atajo. Lo contrario es olvidarnos del origen de la norma, y perdernos en un laberinto de compensaciones que oculta cualquier responsabilidad. Es cuando se evidencia que si no confiamos en la ley, la ley pierde todo su sentido y la democracia se resiente.

Con trampas y triquiñuelas, la vida colectiva es incomprensible.

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