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El largo camino de la familia Matarán para rescatar de una fosa común de Granada a dos familiares asesinados en 1936

Ficha de Alfonso Matarán cuando era estudiante, unos pocos meses antes de ser fusilado

Álvaro López

27 de marzo de 2025 20:16 h

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Cuando a Francisco Matarán le tomaron muestras de ADN para certificar que los restos encontrados en una fosa común de la Guerra Civil en Nigüelas (Granada) eran de su padre y de su hermano, él no lo dudaba: “Son ellos”. Su certidumbre era la propia de quienes mantienen un hilo invisible que les conecta con sus seres queridos. No se equivocó: aquellos dos cuerpos eran los de Ángel y Alfonso, padre e hijo, padre y hermano de Francisco. Dos fusilados y represaliados por el franquismo a los que, casi un siglo después, se les ha devuelto la dignidad gracias a los trabajos de exhumación liderados por el historiador granadino Alfredo Ortega.

Tras dos campañas de excavaciones y datación de restos llevados a cabo en 2021 y 2022, Ortega y la asociación científica ArqueoAntro han logrado recuperar del olvido los restos de Ángel y Alfonso Matarán. Aunque Francisco, hijo y hermano, no ha vivido lo suficiente para corroborar que su pálpito era cierto, el resto de la familia sí ha podido cerrar un capítulo que jamás se olvidó desde que fueron represaliados y en el que el azar, unido al terror de la represión franquista, puso sobre la mesa demasiadas cartas.

Empezando por el final, el azar jugó su carta con el hallazgo de Ángel y Alfonso porque no era la fosa que buscaban. En 2015, Alfredo Ortega inició una investigación sobre la represión franquista en el Valle de Lecrín. Su objetivo era localizar la fosa de 1947, donde la Guardia Civil ejecutó sin juicio a varias personas vinculadas con la guerrilla. Pero, en el camino, el equipo se topó con otra sepultura, mucho más antigua. “Empezamos a excavar y encontramos restos con signos evidentes de ejecución. No tardamos en darnos cuenta de que pertenecían a la represión de 1936”, explica Ortega.

La fosa de Nigüelas tenía 22 metros de largo y se excavó por capas. “Era una zanja abierta, donde iban enterrando a las víctimas conforme las asesinaban”, detalla el historiador. En uno de esos estratos aparecieron los cuerpos de un hombre adulto y un joven, con botones de nácar y una prótesis dental de oro. “Ahí nos dimos cuenta de que podían ser Ángel y Alfonso Matarán. Eran detalles que no encajaban con el perfil de los campesinos fusilados”, relata.

El equipo de ArqueoAntro, liderado por el arqueólogo Miguel Mezquida Fernández y el antropólogo Javier Iglesias Bexiga, llevó a cabo la excavación con una metodología minuciosa. “Nos guiamos por testimonios orales de personas mayores del pueblo y por indicios geofísicos que confirmaban alteraciones en el terreno”, explica Alfredo Ortega. La fosa presentaba diferentes capas de enterramientos. A través de un análisis estratigráfico, que consiste en analizar las distintas capas de piedras, tierras y sedimientos que hay en el suelo, se consiguió determinar el orden cronológico de los fusilamientos y la ubicación de los cuerpos, lo que permitió dar con los restos de Ángel y Alfonso Matarán, a pesar de que quedaban a pocos centímetros de una zona de nichos construida posteriormente.

La confirmación de que eran ellos llegó tras el cotejo del ADN de Francisco Matarán, que falleció el pasado verano. “Cada pequeño detalle, cada análisis forense y cada prueba genética han sido claves para devolverles su identidad y ofrecerles un entierro digno”, explica Ortega, el historiador que inició la investigación tras datar las fosas comunes del Valle del Lecrín para su Trabajo fin de Máster (TFM).

“Nos llamaron para ver los restos en la fosa antes de que los extrajeran”, recuerda Alfonso Matarán, el nieto de Ángel y sobrino de Alfonso, dos nombres que, por cierto, se han repetido a lo largo de las generaciones en la familia Matarán como homenaje póstumo. “Fue la última vez que pudimos verlos así, juntos. Aunque solo fueran huesos, era la primera vez que teníamos una certeza después de casi 90 años de incertidumbre”.

El maestro y su hijo

Ángel Matarán era maestro, católico y republicano. Tres señas de identidad propias de la época, adaptadas perfectamente al periodo de la II República, pero casi una sentencia de muerte para el franquismo. Creía en la educación como herramienta de transformación social y había cumplido con la legislación laica del periodo republicano, retirando los símbolos religiosos de su escuela. Ese gesto fue suficiente para convertirlo en un enemigo, según cuenta su familia.

Tras señalarle en los mentideros locales, el 13 de agosto de 1936 lo detuvieron en su casa de Granada, apenas un mes después de que ejecutase el fallido golpe de Estado. Su hijo Alfonso, de 19 años, decidió acompañarlo en otro de los azares del destino y acabó siendo fusilado por ello. “Pensaba que podría ayudarle, que no le iba a pasar nada. Pero se equivocó”, cuenta su nieto Alfonso Matarán. Nunca volvieron. Fueron asesinados y arrojados a la fosa de Nigüelas.

“Era un crimen planeado, no un arrebato de violencia”, subraya Alfredo Ortega, el historiador que con su empecinamiento ha logrado dar con los restos. “Los guardias civiles que los detuvieron sabían perfectamente lo que iban a hacer. Los llevaron primero al cuartel de la Guardia Civil de La Palma y luego a su destino final. La represión en los primeros meses de la guerra fue sistemática, organizada y brutal”.

Según los informes forenses, Alfonso recibió seis disparos en el cráneo. “Era un chaval, no había hecho nada. La brutalidad con la que lo mataron es una muestra de lo que fue el 'terror caliente' en los primeros meses de la guerra”, denuncia Ortega. “Fueron a por los maestros, los sindicalistas, los jornaleros. Querían erradicar todo rastro de la República, y lo hicieron con un nivel de crueldad inhumano”.

Para la familia Matarán, la exhumación ha supuesto un alivio, pero también una confirmación de la injusticia. “Siempre hemos sabido que los mataron sin razón, pero ahora sabemos dónde están. Ya no están desaparecidos”, dice Alfonso Matarán. Sin embargo, el proceso no ha sido fácil. Las excavaciones dependieron de subvenciones estatales “insuficientes” (alrededor de 40.000 euros en total para tres fosas) y de la voluntad política de los ayuntamientos. “Nos dieron 10.000 euros por campaña, que es ridículo para un trabajo de esta envergadura”, lamenta Ortega. “Si el Ayuntamiento de Nigüelas no hubiera solicitado la ayuda, no habría exhumación”.

Los restos de Ángel y Alfonso Matarán aún están en Madrid, a la espera de ser entregados a su familia. No obstante, el Ayuntamiento de Nigüelas tiene previsto realizar un acto de entrega conjunto con otras víctimas identificadas, aunque el proceso está siendo más lento porque no todos los cotejos de ADN están coincidiendo. “Queremos enterrarlos junto a mi abuela Justa, su esposa, para cerrar este capítulo de una vez”, afirma Alfonso.

A pesar de todo, el hallazgo no ha sido un punto final, sino un punto y seguido. “Cuando la gente ve que es posible encontrar a los suyos, se anima a buscar”, dice Ortega. “Hemos recibido nuevas peticiones de familiares de desaparecidos. La memoria sigue viva y la deuda histórica está lejos de saldarse”.

“Nos dijeron que no se podía, que había que pasar página. Pero la memoria no se borra. Seguimos aquí, buscando, recordando y exigiendo justicia”, sentencia Alfonso Matarán, quien por fin podrá darle la dignidad que le arrebataron a su abuelo y a su tío. Por su parte, Alfredo Ortega y el equipo de ArqueoAntro seguirán trabajando para sacar a la luz los restos de más asesinados. Su próximo objetivo está en Castell de Ferro, también en Granada.

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