Feijóo, el hombre de Estado que tenía un plan B: paralizarlo todo hasta llegar al poder

El dirigente previsible, como le gustaba definirse, “el hombre de Estado” que celebraba la prensa conservadora de Madrid por fin al frente del PP, quien prometió hacer “política para adultos” ha ordenado a sus diputados votar contra la creación de la Agencia Estatal de Salud Pública. Y el organismo vuelve a estar en el aire.
Pensada para “vigilar, identificar y evaluar el estado de salud de la población y sus determinantes, así como los problemas, amenazas y riesgos en materia de salud pública” y para coordinar la “preparación y respuesta ante crisis y emergencias sanitarias”, la agencia estaba prevista en una ley de 2011, pero no llegó a tiempo para la pandemia. Todos los partidos, salvo Vox, estaban de acuerdo en su creación, como evidenciaron en los diferentes trámites en el Congreso hasta la última votación en que PP y Junts decidieron hacer descarrilar el proyecto en venganza contra el Gobierno por el modo en que se tramitaron las enmiendas de otra ley que no tenía nada que ver: la de desperdicio alimentario.
Cinco años después de que estallase la crisis del coronavirus en la que murieron más de 120.000 personas en España y que destapó las costuras del sistema sanitario en todo el país, la agencia que tiene como misión llevar a cabo una comunicación clara sobre las amenazas y coordinarse con la Unión Europea o la Organización Mundial de la Salud no solo no es una urgencia para Feijóo, sino que el líder del PP la considera materia adecuada para ajustar cuentas con el Gobierno y los partidos que lo apoyan. Junts, cuando vio la posibilidad de propiciar otra derrota al Gobierno, se sumó al veto tras haber votado a favor en su tramitación.
¿Debe servir la parálisis de un organismo tan sensible como munición contra el Gobierno?
¿Puede considerarse “oposición de Estado” negarse a acoger a menores migrantes solos y plegarse a las exigencias de Vox, la misma extrema derecha de la que recomendaba alejarse cuando pretendía ejercer de verso suelto del PP?
¿Tiene el PP alguna idea propia en materia de seguridad, más allá de meter cuñas entre los socios del Gobierno, ahora que Trump y Putin están en tratos para repartirse el mundo?
En este mundo de bloques que se desmorona, dinamitado el orden internacional que conocíamos, ¿se le ocurre algo sobre política exterior?
La respuesta a las preguntas anteriores es depende. Porque Alberto Núñez Feijóo siempre es él y sus circunstancias. En la primavera de 2022 el líder del PP tenía un plan y unos principios cuando se decidió por fin a abandonar la Galicia de sus cómodas mayorías absolutas. Cuatro años antes había amagado con concurrir a las primarias para suceder a Mariano Rajoy, como le pedían muchos dirigentes del PP.
Aunque a él le cueste recordarlo también mantuvo a su partido en vilo durante días por una decisión personal. En la biografía El viaje de Feijóo, el niño de aldea que nunca perdió unas elecciones (La Esfera de los Libros, 2021) su biógrafo, Fran Balado, contó que el líder del PP llegó a pedir a su equipo dos discursos: uno para anunciar que se iba a Madrid para intentar devolverle al PP todo lo que le había dado y otro en el que anunciaría que se quedaba porque su verdadera vocación se llamaba Galicia.
Decidió leer el segundo de los discursos, cientos de cargos y alcaldes del PP gallego respiraron aliviados y cuando llegó el momento de tumbar a Pablo Casado por su enfrentamiento con Isabel Díaz Ayuso, Feijóo se presentó voluntario pero con algunas condiciones: que el proceso fuese por aclamación, sin primarias, y que estuviese garantizado el apoyo de esas cabeceras de la capital que tanto influyen en los votantes conservadores.
Cuando por fin vio que los editoriales y portadas amigas habían decapitado a Casado, Feijóo olvidó aquel compromiso eterno con Galicia y se dispuso a hacer las maletas. Según dijo, llegaba a Madrid para ganar a Sánchez, no para insultarlo, a hacer política para adultos y, en definitiva, a ser presidente del Gobierno, el último escalón que le faltaba a su carrera política que empezó como presidente del Insalud con 31 años, de ahí a la presidencia de Correos, la vicepresidencia de la Xunta, el liderazgo del PP autonómico que heredó de Fraga y las cuatro mayorías absolutas.
Prometió una oposición de Estado, pero en Madrid Feijóo tenía un plan B, como ha sucedido siempre desde que le salieron los dientes en la administración. Inciso: en la Xunta, a finales de los 80, llegó a formar un sindicato de interinos que se encerró en la sede del Gobierno gallego para exigir plazas fijas, pero su carrera de sindicalista duró hasta que vio que la verdadera carrera podía hacerla desde los despachos, a la sombra de Romay Beccaría, que le dio los primeros puestos en la administración autonómica dentro de la Consellería de Agricultura.
Desde entonces, el plan B del Feijóo sin poder es siempre el mismo: supeditarlo todo hasta conseguirlo sin reparar en los medios. Lo hizo en Galicia en sus cuatro años de oposición, uno de los pocos periodos en que no formó parte de ningún Gobierno, cuando promovió todo tipo de campañas sucias y 'fake news' (entonces todavía no se llamaba así a las mentiras de toda la vida) e incluso rompió los grandes consensos sobre la lengua que ni siquiera había desafiado Fraga.
Quince años después, de nuevo sin poder y en un clima de polarización sin precedentes, Feijóo vuelve a adaptarse al medio: su fin es ver caer a Sánchez y no reparará en usar todos los instrumentos a su alcance para lograrlo. El que necesite detalles puede preguntar al expresidente gallego Emilio Pérez Touriño y a su 'número dos', el nacionalista, Anxo Quintana, sobre lo que fueron aquellos años de oposición de Feijóo.
De acuerdo con ese plan B, de todo el hemiciclo a su disposición eligió como portavoz a Miguel Tellado, el más arrabalero de sus diputados, que no solo protagoniza choques con dirigentes de la izquierda, también ha abierto crisis con potenciales socios del PP como el PNV. Por si lo de Tellado fuera poco, Feijóo también recuperó a Cayetana Álvarez de Toledo para la dirección del grupo, la misma dirigente sobre la que echaba pestes cuando Casado la nombró portavoz. Ha dejado de dar entrevistas a todos los medios que no le bailan el agua y hasta acude habitualmente a emisoras como la de Jiménez Losantos de la que abjuraba cuando ejercía de presidente y alma libre del PP.
Es el Feijóo 3.0 que busca a toda costa llegar a la Moncloa, la última estación de su carrera política. Si un día lo logra, intentará vender su versión anterior, el líder ni de izquierdas ni de derechas que un día votó a Felipe González y que abomina de la crispación. Pero ahora toca desgastar al poder aunque eso implique paralizar la acogida de menores migrantes solos o la agencia de salud pública. Para Feijóo no es nada personal, solo negocios. Negocios políticos.
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