Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
EN PRIMERA PERSONA

15 años como guía de científicos en la Antártida: “Ahora desde el campamento vemos el trasiego de los cruceros”

Campamento Internacional Byers, Isla Livingston (Antártida)
La función de los técnicos es garantizar la seguridad de los científicos en la misión.
21 de marzo de 2025 21:56 h

7

La campaña antártica española número XXXVIII se acaba. Con la melancolía que acompaña el final del verano en cualquier parte del mundo, la temporada antártica concluye y los proyectos científicos preparan la vuelta a casa. Pronto el blanco volverá a teñir las zonas libres de hielo, donde se asienta la mayor parte de las bases. Muchas aves emprenden sus migraciones a sitios más cálidos y mamíferos como el elefante marino o las focas de Weddel desaparecen de las costas. De la misma manera, las instalaciones que España gestiona en la Antártida se preparan para la hibernada y en cuestión de días cerrarán sus puertas, que quedarán selladas durante más de ocho meses. Todos los técnicos y científicos que han participado en la campaña en breve estarán en casa. 

Desde que era pequeño viajar a la Antártida fue una especie de obsesión para mí. Obsesión que se convirtió en sueño y se materializó en mi profesión. Esta es la campaña número 15 en la que participo. Comencé en el año 2008 y desde entonces, salvo el año de la pandemia, todas las temporadas he viajado hasta aquí. Sin darme cuenta los años han ido pasando y he sido testigo de importantes cambios en un lugar que a primera vista parece inmutable. Quince años no son muchos si se mira en términos geológicos o incluso históricos, apenas un pestañeo en nuestra línea temporal. Pero ese pestañeo se ha producido en un momento con desafíos fundamentales, no solo para las regiones polares sino para la Humanidad. 

Formo parte del equipo de técnicos de montaña de la base Juan Carlos I. Nuestra misión es conducir con seguridad a los investigadores hacia los lugares donde desarrollan sus investigaciones: un glaciar, un terreno libre de hielo junto a la costa o cualquier entorno donde los científicos puedan necesitar de nuestra ayuda. Al margen de esta función de guía de montaña, también gestionamos el Campamento Internacional Byers, situado en el mayor sector libre de hielo del archipiélago Shetland del Sur: la península Byers. Esta porción de tierra encajada entre el mar y un glaciar es una zona denominada ZAEP (Zona Antártica Especialmente Protegida).

Junto a otro compañero nos encargamos de la energía de los módulos y de los víveres, algo no demasiado fácil en un sitio donde los vientos fuertes son constantes y se vive en tiendas de campaña, y donde todos los víveres deben ser porteados a la espalda tras ser depositados, vía buque y zodiac, en la playa. Aquí pasamos unos meses al año –no hay agua corriente, no hay duchas– apoyando a los proyectos. A nuestra marcha el campamento se desmonta y nos llevamos con nosotros todos los desechos generados (incluidos los residuos humanos). 

El Campamento Internacional Byers es la más austera de las tres infraestructuras terrestres que participan en la campaña antártica española. Debe su nombre a James Byers, un empresario americano que intentó infructuosamente en 1820 convencer al gobierno de Estados Unidos de tomar posesión del archipiélago de las Shetland del Sur, entusiasmado por el negocio de la caza de focas. De hecho, la Isla Livingston es uno de los lugares con mayor concentración de sitios de interés histórico del siglo XIX de toda la Antártida: conserva restos de refugios, trineos y otros elementos de los cazadores que, como nosotros, pasaban aquí los meses de verano. Ahora este rincón de la península, situado en su parte occidental, alberga a 12 personas: 10 investigadores y dos técnicos. Además de las tiendas de campaña, cuenta con dos módulos en forma de iglú fabricados en fibra de vidrio. Uno de ellos hace las veces de laboratorio y el otro de espacio común. Es un lugar duro, a merced de vientos que nunca cesan y terriblemente húmedo. 

El hielo que desaparece

Como cada vez que me voy, la memoria se dispara hacia la primera vez que pisé la Antártida. Y pienso en las diferencias que me devuelve el paisaje, década y media más tarde. Es cierto que la consecuencia más evidente (por visual e inmediata) del calentamiento global en las zonas polares es la fusión acelerada del hielo. El ejemplo más dramático ocurre en el Ártico, donde la banquisa (hielo marino) ha disminuido de manera dramática en las últimas décadas. En el caso de la Antártida la fusión es menos acelerada, pero empieza a hacerse notar.

En los alrededores de la base hay glaciares cuya disminución de masa es sutil, y sobre los que trabajamos monitorizando sus cambios. Sin embargo, existen otros aledaños cuyo hielo ha disminuido de forma dramática desde que comencé a trabajar en la campaña. Es el caso del glaciar Huntress, cuyo frente rompe en una bahía preciosa flanqueada por varias lenguas de hielo que caen a pico. Lo que hace años era un lugar de imposible acceso ahora se ha convertido en zona de estudio, ya que la fusión ha hecho aflorar la roca con la retirada del hielo en su parte central.

Precisamente, seis investigadores de cuatro instituciones españolas diferentes estudian los efectos del cambio climático en la microbiota del suelo. Este es el primer año del Proyecto Meridian. El trabajo de campo, que establecerá sitios de muestreo a lo largo de la península, proporcionará información para comprender cómo los microorganismos responden a los cambios en la temperatura y la humedad.

Estos datos serán fundamentales para evaluar los efectos del cambio climático en los ecosistemas más vulnerables del planeta. El conocimiento que se genere a partir de esta investigación será fundamental para prever cómo el calentamiento global puede alterar los ecosistemas terrestres de la Antártida, considerados indicadores clave de los cambios globales debido a su alta sensibilidad climática.

Una de las peculiaridades de esta zona especialmente protegida es la presencia de abundantes lagunas de agua dulce, que han sido otro de los escenarios de muestreo del proyecto Meridian. Nos hemos desplazado hasta los pequeños lagos para medir sus proporciones y monitorizar algunos parámetros del agua. La Antártida ofrece escenarios muy dispares: del blanco impoluto del hielo polar a los lagos verdecinos sobre la masa de roca picada y barro oscuro en las zonas libres de hielo. Si a eso le añadimos la imagen de un investigador sobre un pequeño bote hinchable recogiendo muestras, la sensación de irrealidad está garantizada. 

Los resultados de la investigación del proyecto Meridian proporcionarán mayores evidencias sobre la relación entre los microorganismos que habitan en los suelos antárticos y el ciclo del carbono. Estos datos son cruciales para predecir los futuros impactos del cambio climático, no solo en la Antártida, sino en todo el planeta.

El despliegue científico (y no científico)

Los proyectos científicos que se llevan a cabo en las instalaciones españolas abarcan diversas áreas: biología, geología, glaciología, oceanografía y un largo etcétera. En esta campaña participan un total de 28 proyectos científicos con algo menos de 200 investigadores. Para que esta máquina de hacer ciencia pueda funcionar en este rincón del planeta hace falta la asistencia del personal técnico. Alrededor de 160 personas facilitan la vida y el trabajo de los investigadores. Entre ellos se encuentra la dotación de los buques y de las bases: mecánicos, electrónicos, cocineros, patrones, médicos, informáticos y una larga lista. Y no solo ellos: en España hay un equipo de logistas y gestores que coordinan este enorme y complejo engranaje para que funcione en uno de los lugares más complejos logísticamente del planeta. 

Además del Campamento Internacional, España gestiona en la Antártida dos bases científicas. La base Gabriel de Castilla se encuentra en la volcánica Isla Decepción. Está gestionada por personal del Ejército de Tierra y tiene una capacidad de 30 personas. La otra, Juan Carlos I, se encuentra en el mismo archipiélago, pero en la Isla Livingston que, a diferencia de Decepción, está cubierta en su mayor parte por una capa de hielo. Esta base está gestionada por la Unidad de Tecnología Marina del CSIC y los técnicos que ahí trabajan son civiles. Tiene una capacidad de 50 personas y fue remodelada y reinaugurada en el año 2019. Desde entonces es una infraestructura sofisticada y moderna. Una base científica de referencia en el continente blanco. 

Desde el campamento, en los días claros se observa con los prismáticos el trasiego de grandes cruceros arriba y abajo por el mar de Bransfield

Al margen de estas instalaciones terrestres, España cuenta con tres buques que participan en la logística y en el estudio oceanográfico. Este año, por primera vez en la historia, se han juntado todos ellos en aguas antárticas dando lugar a una imagen única: el pasado 12 de febrero, en aguas de Puerto Foster –el puerto natural que forma el cráter de Isla Decepción y frente a la base Gabriel de Castilla– se juntaron el BIO Hespérides, el buque Sarmiento de Gamboa y el más nuevo y avanzado buque oceanográfico español, el Odón de Buen. Estos buques tienen la función de abastecer de provisiones y material a las diferentes bases. También transportan al personal desde la Patagonia y en ellos incluso se realizan investigaciones científicas. 

Las regiones polares se han convertido en una especie de termómetros del estado de nuestro planeta. Son unos ecosistemas tan frágiles que cualquier cambio –elevación de la temperatura, humedad, etc.– tiene consecuencias inmediatas y más evidentes en estas regiones. Todo está conectado en nuestro planeta, y una reacción en este rincón tiene sus consecuencias en el otro extremo, al mismo tiempo que una anomalía aquí puede arrojar luz sobre la evolución que en otra latitud tendrá el problema en un futuro. 

La explosión turística

Pero si hablamos de cambios, hay uno muy evidente del que he sido testigo a lo largo de estos años, sobre todo en los últimos cinco: la explosión del turismo. Pese a que los lugares en los que nos movemos no están dentro de las rutas turísticas habituales, el aumento de la llegada de cruceros es imparable. Se calcula que la cifra de turistas que han visitado la Antártida se ha triplicado desde el 2017 y su número supera con creces los cien mil visitantes. En la Antártida no hay hoteles ni restaurantes y la mayor parte de la actividad tiene lugar en buques cruceros. El impacto de esta invasión puede tener consecuencias negativas que aún no sabemos calcular. El interés por este lugar parece inevitable, pero es importante que el turismo se regule y controle para vigilar su impacto en zonas tan fundamentales.

La Antártida es un indicador del estado de salud de la Tierra, un centinela de lo que ocurre o podrá ocurrir. Investigándola y conociéndola en profundidad descubrimos los mecanismos que tienen lugar en el resto del planeta. Pero debemos –es nuestra obligación– cuidarla y preservarla

Hace años, desde nuestros lugares de trabajo era difícil observar algún buque turístico, grande o pequeño. En las últimas temporadas se ven continuamente cruceros, que a veces se acercan incluso a nuestras zonas de trabajo. Cada vez se ven más barcos. También veleros, antes novedad, ahora acuden en varias ocasiones a lo largo de una campaña y sus pasajeros bajan a tierra, en grupos más controlados y con menos impacto. Desde el campamento, en los días claros se observa con los prismáticos el trasiego de grandes cruceros arriba y abajo por el mar de Bransfield.  

La Antártida es un indicador del estado de salud de la Tierra, un centinela de lo que ocurre o podrá ocurrir. Investigándola y conociéndola en profundidad descubrimos los mecanismos que tienen lugar en el resto del planeta. Pero debemos –es nuestra obligación– cuidarla y preservarla. Frente al futuro incierto que nos dibuja el calentamiento global, este rincón del planeta es especialmente importante porque nos da pistas de lo que puede suceder y cómo actuar frente a ello. 

Estos últimos días, el campamento y sus alrededores volvían a cubrirse de blanco. Las colonias de pingüinos se han disuelto y apenas quedan aves entre sus nidos. Los polluelos de petrel gigante han echado a volar y solo quedan algunos ejemplares de elefante marino retozando entre la arena y las algas de la playa. Ha llegado la hora de abandonar la isla. Nosotros recogemos nuestro campamento y esperamos la llegada del buque Hespérides para cerrar nuestro refugio y subir a bordo. Por fin podremos disfrutar del agua caliente y una cama con sábanas. En la isla sólo quedarán sus verdaderos habitantes, aunque la mayor parte de ellos la abandonarán también. Nosotros volveremos dentro de unos meses, tras el invierno. Abriremos los iglús precintados durante una temporada de frío y oscuridad. Volveremos a levantar las tiendas de campaña dispuestos a pasar otra temporada de trabajo. La maquinaria de la Campaña Antártica Española volverá a activarse y con ella, cientos de investigadores y técnicos seguirán indagando en un contexto medioambiental incierto en el último rincón del mundo.

Etiquetas
stats